XI Pasada la cumbre, no tardo en descubrir en la canada proxima a un corpulento moro vestido de blanco, el cual araba patriarcalmente la negruzca tierra con auxilio de una hermosa 20 yunta de bueyes. Parecia aquel hombre la estatua de la Paz tallada en marmol. Y, sin embargo, era el triste y temido _renegado_ ben-Munuza, cuya historia os causara espanto cuando la conozcais. Contentaos por lo pronto con saber que tendria cuarenta anos, 25 y que era rudo, fuerte, agil y de muy lugubre fisonomia, bien que sus ojos fuesen azules como el cielo y rubias sus barbas como aquel sol de Africa que habia dorado a fuego[96-5] la primitiva blancura europea de su semblante.
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